Los aceites y perfumes alegran ti corazón (Proverbios 27: 9).
Hay aromas que nos traen a la memoria personas y lugares. A mí, por ejemplo, me encanta el aroma de la canela, y el del aceite de coco, el aroma del pino o el olor a tierra mojada cuando llueve después de un período seco. Probablemente tú también disfrutas de otros aromas.
Sin embargo, existen olores que me son totalmente desagradables. Por ejemplo el olor de la guanábana, pero el que menos soporto es el de la papaya. Tal vez estás frunciendo el ceño por estar en desacuerdo conmigo, pero esa es la verdad, el olor de la papaya ¡me enferma!
Para que te hagas una idea de lo mucho que me afecta dicho olor mencionaré algo que me sucedió hace un tiempo. Recuerdo una mañana en que nos disponíamos a disfrutar de un delicioso desayuno. Ocupé mi lugar en la mesa asignada y me dispuse a participar de los alimentos. Luego, una última persona se integró a nuestro grupo, pero antes de que pudiera contestar su saludo, se me paralizó el cuerpo a causa de mi gran fobia. Sí, había captado el olor a papaya. Sentí como que el mundo se me venía encima. Intenté con disimulo mover mi silla hacia un lado, y para colmo el viento soplaba en mi contra. Nada parecía funcionar. Las náuseas no se hicieron esperar. Las lágrimas se me salían y no podía tragar. Tuve que alejarme del lugar apresuradamente.
Nuestro sentido del olfato por lo general no nos traiciona. Por ejemplo, al percibir un olor a humo o a quemado pensamos en un incendio, o quizá sea un aviso de que los frijoles se están quemando. De igual forma cuando percibimos que hay algún problema utilizamos una frase muy común: «Esto huele mal».
Desde luego existe un aroma inconfundible, el que asociamos al «lirio de los valles»: un perfume agradable y exquisito. Cierra los ojos y permite que el aroma de Jesús llene todo tu ser, que el perfume de la «rosa de Sarón», el aroma de la salvación te acompañen en todo momento.
Permite hoy que tus sentidos perciban el inconfundible aroma que se asocia con Jesús.
Hay aromas que nos traen a la memoria personas y lugares. A mí, por ejemplo, me encanta el aroma de la canela, y el del aceite de coco, el aroma del pino o el olor a tierra mojada cuando llueve después de un período seco. Probablemente tú también disfrutas de otros aromas.
Sin embargo, existen olores que me son totalmente desagradables. Por ejemplo el olor de la guanábana, pero el que menos soporto es el de la papaya. Tal vez estás frunciendo el ceño por estar en desacuerdo conmigo, pero esa es la verdad, el olor de la papaya ¡me enferma!
Para que te hagas una idea de lo mucho que me afecta dicho olor mencionaré algo que me sucedió hace un tiempo. Recuerdo una mañana en que nos disponíamos a disfrutar de un delicioso desayuno. Ocupé mi lugar en la mesa asignada y me dispuse a participar de los alimentos. Luego, una última persona se integró a nuestro grupo, pero antes de que pudiera contestar su saludo, se me paralizó el cuerpo a causa de mi gran fobia. Sí, había captado el olor a papaya. Sentí como que el mundo se me venía encima. Intenté con disimulo mover mi silla hacia un lado, y para colmo el viento soplaba en mi contra. Nada parecía funcionar. Las náuseas no se hicieron esperar. Las lágrimas se me salían y no podía tragar. Tuve que alejarme del lugar apresuradamente.
Nuestro sentido del olfato por lo general no nos traiciona. Por ejemplo, al percibir un olor a humo o a quemado pensamos en un incendio, o quizá sea un aviso de que los frijoles se están quemando. De igual forma cuando percibimos que hay algún problema utilizamos una frase muy común: «Esto huele mal».
Desde luego existe un aroma inconfundible, el que asociamos al «lirio de los valles»: un perfume agradable y exquisito. Cierra los ojos y permite que el aroma de Jesús llene todo tu ser, que el perfume de la «rosa de Sarón», el aroma de la salvación te acompañen en todo momento.
Permite hoy que tus sentidos perciban el inconfundible aroma que se asocia con Jesús.